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A caballo entre constelación y recuerdos. Voyager, de Nona Fernández

Escrito por David Ibarra Delgado

En Voyager, la escritora Nona Fernández (Santiago de Chile, 1971) cuenta que su madre, de 79 años de edad, ha sufrido un episodio de epilepsia que le ha hecho perder súbitamente la consciencia. Por esta razón, Nona la lleva al hospital; allí le practican un examen mediante el cual, en una pantalla de un equipo médico, su actividad cerebral se verá reflejada bajo la forma de destellos de luz, haces luminosos que se asemejan a un firmamento. Justamente, el recuerdo que su mamá trajo al presente en ese momento fue el nacimiento de Nona. A partir de entonces, la escritora tejerá una serie de vínculos entre recuerdos y constelaciones, que será alternado con su historia familiar, mitología griega, astrología y otras conexiones impredecibles como la de la reciente vida política chilena y el filósofo Giordano Bruno.

Una de esas relaciones que establece la autora es entre una estrella, distante a años luz, y el recuerdo puntual que se ve reflejado en la pantalla de un equipo médico. Ambas, imágenes luminosas solo reproducen hechos pretéritos: la estrella, por su monstruosa lejanía, solo devuelve un resplandor remoto que puede tardar décadas e incluso centurias en llegar hacia nosotros debido al límite impuesto por la velocidad de la luz; mientras que un recuerdo solo puede ser entendido en pasado, por su proyección en el presente.

Otra de esas relaciones es entre olvido y agujero negro. Las experiencias que hemos vivido pero que ya no logramos evocar se asemejan a lo que sucede con un agujero negro, aquel ente supermasivo que debido a su inmensa fuerza gravitacional devora todo lo que esté a su alcance. Una vez que el olvido cubre con su manto al recuerdo, este ya no vuelve a aflorar.

Nona Fernández también aborda la tragedia de Violeta Berríos, quien sufrió la ejecución extrajudicial de su pareja Mario Argüelles Toro, de 34 años. Luego del golpe militar de Pinochet, Mario es capturado y ejecutado con otras 25 personas. Sin embargo, Violeta no cesó de buscar el cuerpo de Mario. Recorrió Calama (Antofagasta) de palmo a palmo. Removió sus arenas secas como la piedra. Se consumió en esa búsqueda sin fin. «Yo no me di cuenta cuando cumplí cuarenta años. Ni cuando cumplí cincuenta. Ni cuando cumplí sesenta. Ni cuando cumplí setenta. Estaba como en pausa. Sólo lo buscaba. La vida pasaba a mi alrededor, pero nunca lo supe» (Fernández, 2020, p. 83). Después de incontables esfuerzos, apenas lograron dar con la mandíbula de Mario.

Un testimonio de primera mano de esa violencia a la que se hace mención en Voyager, tras el golpe de estado de Pinochet, se encuentra en Valdés (1974). Durante el interrogatorio, Valdés conoció la maldad en su estado más primitivo: luego de que le ordenaran cubrir su cabeza con un saco, fue torturado a mansalva por los militares con patadas, puñetazos y descargas eléctricas[1]. Incluso, –sigue el escritor– cuando imaginó la posibilidad de ser sometido a otro interrogatorio, pasó por su mente huir del recinto donde se encontraba para provocar que los militares le disparasen a matar (1974, pp. 128-146 y 155).

En una de las partes más emotivas, Nona recuerda la vez que soñó con su abuela y tíos abuelos, todos ya muertos, en la que la congratulaban y abrazaban con efusión por algo que ella ignoraba por completo. En su sueño, ella retornaba a la casa que la cobijó durante sus primeros años. Todo parecía tan real: las voces de sus familiares, los olores de la vejez, los afectos de antaño. Después de despertar, anotó el sueño y siguió con su rutina. Dos semanas más tarde, Nona recibió una noticia inesperada: estaba embarazada. Quisiera creer que sus muertos hallaron la manera de comunicarse con ella visitando el terreno neutral de los sueños. Quizás, solo así, nuestros muertos, llegado el momento, tendrán la posibilidad de hacer lo mismo con nosotros.

Voyager es un libro difícil de clasificar. Contiene ensayo divulgativo, memorias y puede que otros géneros más. Pero, al final del día, clasificar el género no importa tanto. Los géneros jamás debieran servir para ahogar la libertad creativa de la o del escritor.

Todos y todas somos una Voyager. Somos una máquina espacial que recibe los estímulos del entorno. Registramos. Intuimos. Aprendemos. Fallamos. Razonamos. Volvemos a fallar. Anotamos para la posteridad, para todo aquel que nos sobreviva, sea de este mundo o de otro. De este modo, para Nona Fernández la trascendencia será posible si nos transfiguramos dentro del cerebro de alguien más: «Resucitaremos en esos colores, en esas texturas, temperaturas y emociones. En la pieza oscura de esa cabeza volveremos a vivir titilando como la guirnalda luminosa de un árbol de pascua» (Fernández, 2020, pp. 176-177).


[1] «Me tiemblan las mandíbulas. No sé qué decir, no se me ocurre qué inventar. Volteo la cabeza, de un lado a otro, la boca abierta. No me sale nada. Entonces me introducen algo bajo la lengua y una mano me cubre la boca. La descarga estalla simultáneamente en la lengua y en el sexo. Me desgarro los hombros al tratar de contraerme. No pierdo la conciencia. El dolor corresponde, por una parte, a una mutilación. Es como si me arrancaran el sexo de raíces, como una dentellada que me deja abierto y, arriba, en la boca, como una explosión que volara toda la carne, que dejara los huesos de la cara y del cuello al desnudo, los nervios petrificados, en el vacío» (Valdés, 1974, p. 144). Otro escritor chileno que también estuvo detenido fue Roberto Bolaño, aunque solo por el espacio de 8 días gracias a que dos amigos de colegio lo reconocieron. Cfr. Bolaño (2013, pp. 38, 89 y 117).


Ficha técnica:

Título originalVoyager
AutoraNona Fernández
Idioma originalespañol
EditorialPenguin Random House
Valoración18 de 20
Portada

Referencias bibliográficas:

Bolaño, R. (2013). Bolaño por sí mismo. Entrevistas escogidas (A. Braithwaite, ed.), (3a ed.). Santiago de Chile: Universidad Diego Portales.

Fernández, N. (2020). Voyager. Buenos Aires: Penguin Random House.

Valdés, H. (1974). Tejas verdes. Diario de un campo de concentración en Chile. Barcelona: Ariel.